7 min
Blog
Identidad
Karen Manrique
¡Qué mensaje tan fuerte, tan poderoso! Desde que lo leí por primera vez supe que haría parte de mi historia. Quería compartirlo —ahora era también mío— pero quería hacerlo de una forma personal, tan personal como es escribirlo sobre mi propia piel.
Controversial.
Duro.
Ácido.
Honesto.
Muy mío.
Muy de todas.
Muy de todos.
A lo largo de mi vida he hecho activismo de varias formas: niños, animales, habitantes de calle (durante 10 años, toda una década). Además, es la primera vez que nace en mí la necesidad de hablar de género. ¿Hablas de género?, ¿de etiquetas? Sí. Las que nos han puesto algunos hombres, las que nos han puesto también algunas mujeres e, inclusive, las que algunas veces nos hemos puesto nosotras mismas.
“Ni santa, ni puta”: se trata de una lucha contra las etiquetas. No es una lucha contra los hombres ni contra las mujeres; es una lucha contra las etiquetas, las de género, mi género. Por eso, nace en mí la profunda necesidad de decir que no soy una cosa ni la otra. Soy simplemente mujer. Las mujeres no podemos ni queremos ser reducidas a arquetipos. Trabajar con fundaciones no me hace una santa. La sorpresa sobra entonces cuando al emberracarme la categoría no me cabe. Ni soy, en ningún sentido, una “puta” sexy que sorprende al hablar de voluntariado y se sale así de la categoría.
Entonces la pregunta es: ¿Qué soy? ¿Soy las dos cosas o no soy ninguna? ¿Saben qué soy? Soy Karen. Muy sencilla y muy profunda es la respuesta. Soy con todo lo que soy. Soy mujer, pero soy más que mujer, soy ser. Soy dulce, soy ácida, soy noble, soy orgullosa, soy perseverante, soy inconstante, soy recatada, soy sensual, soy débil, soy fuerte, soy niña, soy adulta, soy bonita, soy fea, soy activista, soy pasiva, soy extraordinaria, soy normal, soy blanca, soy negra, soy independiente, soy dependiente, soy santa, soy puta, soy tantas cosas y no soy ninguna.
¡Soy solo yo! Soy gris y eso es más que suficiente.
En un mundo que creemos tan moderno, aún nos caemos bajo el peso de las etiquetas que cargamos. Además, caminamos pesados con lo que la sociedad, la familia, los amigos esperan y no esperan de nosotras: esperan que te cases a cierta edad, esperan que tengas hijos a cierta edad, esperan que jamás tengas la iniciativa para tocar “esos” temas con tu pareja, esperan que no te quejes de lo que te molesta, esperan que seas la novia perfecta, esperan y esperan… Así que esperan que seas perfecta.
No soy perfecta, y como diría mi amiga Claudia Delgado: “las mujeres necesitamos ser felizmente imperfectas.” Entonces, ¿qué pasa si lo que esperan los demás no sucede? ¿Y si tú misma lo esperabas y no sucede? ¿Está mal? ¿Hay algo mal contigo?
Hoy comparto con muchas mujeres el sentimiento de querer enviar a la porra las etiquetas y todo lo demás que se espera de nosotras, y de ser solo yo misma. De hecho, resulta que ser nosotras mismas es controversial. Por eso, la controversia siempre es útil.
Ayer publiqué la imagen, esa que tanto quería, con la espalda desnuda y el poderoso mensaje pintado sobre mi piel: NI SANTA, NI PUTA. ¡Quería mandar un mensaje que pareciera un grito! Y a pesar de tener toda la valentía presente en mi piel, el miedo seguía acechando. Seguía allí el miedo al qué dirán.
Me pregunté:
¿Qué dirán los hombres de mi familia?
¿Acaso mi papá lo aprobaría?
Y mi jefe, ¿cómo lo tomará?
¿Mis amigos en redes sociales qué pensarán?
¿Y otras mujeres cómo lo verán?
La necesidad de enviar el grito en la foto ganó y subí la imagen. Rápidamente tuvo varios likes, principalmente de mujeres. Sin embargo, un mensaje publicado por un hombre iniciaba con la palabra “patético” y continuaba con palabras como feminismo y aberración. Insinuó que yo estaba apoyando al aborto, que hombres y mujeres éramos diferentes, y que “cada lechón mama de su propia teta.” Tanto estaba convencido de que mi fotografía degrada a la mujer.
La sangre me hirvió. Yo respondí tratando de mantenerme en calma, pero me costó mucho esfuerzo. Aun así, me hirió, aun sabiendo que me iba a herir. Desde antes de publicar la imagen sabía que esto iba a pasar. Pensé estar preparada, pero igualmente me dolió. Intenté responder de manera asertiva, pero volví a recibir una respuesta hiriente. No aguanté y borré sus comentarios y el mío. Así que, ahora que lo pienso mejor, sé que debí dejarlos, porque ellos dieron paso a la reflexión que quiero compartirles.
¿Es vulgar mostrar la espalda?
¿Y acaso el centímetro de tela del vestido de baño hace la diferencia?
¿O si fuera de una mujer desconocida en una revista, sería mejor?
¿Es porque es la mía?
¿Cuando es personal es diferente?
¿Estoy hiriendo a alguien?
¿Y si fuera un hombre?
¿Está mal escribir “puta”?
¿Decir que no soy “santa” está mal?
¿Cuántas veces has dicho “hijo de puta” esta semana?
¿Es normal decirlo para ti, pero no para mí mostrarlo?
¿Qué relación tiene esto con el aborto?
Yo estoy en contra del aborto, ¿por qué alguien cree que apoyo eso?
¿La imagen es feminista?
Si lo es, ¿es malo?
¿O acaso es una aberración?
¿Defender a la mujer me hace feminista?
¿Y si no lo soy, qué?
Pero si sí lo soy, ¿qué?
Además, ¿y si hoy me dolió el género, qué?
Finalmente, mis respuestas no importan. Importan más las que usted se responda. Porque yo sé quién soy: soy Karen, ni negra ni blanca, ¡soy de mil colores! ¡Felizmente imperfecta!
Somos una incubadora de fundaciones y ESALES 100% Sin Ánimo de Lucro, que desde el 2015, se encarga de apoyar a los líderes de LATAM para que logren crear y fortalecer sus propias organizaciones sociales, gracias al compromiso de responsabilidad social de sus voluntarios, los miembros del Club de Filántropos y sus aliados empresariales.