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Voluntariado
Karen Manrique
¿El viaje a Chocó? No fue planeado. La verdad fue más bien un instinto, un pensamiento paralelo que se venía cocinando dentro de mí. Soy un ser humano de simbolismos, para mi desgracia o fortuna, con una onza más de lo que sugiere la receta. Por eso, las fechas especiales y las relaciones son muy importantes para mí. Este año, el plato donde las cocinaba cayó al piso y se quebró.
Mientras aún se escuchaba el sonido del plato quebrándose, tomé el teléfono y cancelé los pasajes para pasar Navidad junto a mi familia, como es costumbre. Decidí, por primera vez en la vida, pasar Navidad sin ellos. Así, me encontraba francamente en una gran crisis. Cada quien mide sus crisis con un metro diferente. No aspiro a que entiendas cuán doloroso fue para mí, pero espero que, desde tu empatía, comprendas al menos un poco mi dolor.
Decidí darle la vuelta a la Navidad. Como diría Steve Jobs, “los puntos se conectaron”. Hablé con Deison, líder de una fundación en Medio Baudó, Chocó. Quise darle todo: mi tiempo, mi esfuerzo, cualquier objeto que para mí perdía sentido y que para ellos significaba mucho. Envié un mensaje a mi familia y amigos diciendo que no me dieran regalos, sino donaciones para la fundación.
Elvira y Juan Pablo fueron los primeros en ayudar. Luego se unieron Alex, Johana, Laura, Michela, María Juliana, John Jairo y Yesica. Lo que empezó con una persona se convirtió en diez. Diez líderes que movilizaron todo para aumentar las donaciones. Poco a poco, el viaje que era mío se transformó en un viaje nuestro.
Llegó el momento de llamar al Ejército y la Fuerza Aérea. Más que objetos, queríamos dar nuestras manos. Cada uno se embarcó por razones distintas. Mi razón nació del dolor, buscando alivio en el servicio. Las razones de los demás no las sé a ciencia cierta, pero el servicio fue el punto en común.
Pedir nunca es fácil. Para mí es especialmente difícil. Hablar en público me da miedo. Ir a Chocó me causó miedo. Pero lo hice a pesar del miedo. Hay una frase famosa: es más valiente quien actúa a pesar del miedo. Aunque si pudiera elegir, preferiría no sentirlo. Sin embargo, aprendí a convivir con él.
En Chocó descubrí muchas cosas. Vi que las muñecas eran todas rubias. Descubrí que había pistolas de juguete entre los regalos. Un niño de 12 años, descalzo, con una cadena de oro, recibió una pistola de juguete. Me juzgué a mí misma por no haberlo visto antes. Las armas de juguete no son buenas, pero verlas en manos de un niño en una zona roja es desgarrador.
Hacer rifas tampoco se sintió bien. Ver los ojos de las niñas que no ganaron me partió el corazón. Después de esa rifa me alejé y dejé que los demás voluntarios se encargaran. Me refugié en lo que siempre me funciona: cuidar a los que cuidan. Me hice cargo de la seguridad del grupo en un lugar sin señal, a 700 km de casa y 200 km del hospital más cercano.
¿Yo? Dar queda en duda. Pero recibir, sí, y mucho. Viví una experiencia extraordinaria que transformó mi vida. Sentí la satisfacción de haber podido aportar para que los demás voluntarios vivieran esta experiencia, para algunos de ellos nueva, y que se enamoraran del voluntariado como me enamoré yo la primera vez. Pasé una Navidad cantando villancicos de la manera más profunda en que los he cantado y oído en mi vida. La medianoche del 24 la viví durmiendo junto al hombre que amo en una casita de madera en la mitad de la selva. Vi miradas de felicidad de los niños y adultos cuando tenían en sus manos algo que realmente les gustaba. Tuve la oportunidad de escuchar las carcajadas de los niños en las actividades recreativas que lideró Alex. Además, mi amor por Alex y por los demás voluntarios creció al verlos sirviendo con tanta dedicación.
Recibí también amabilidad de muchas personas en Puerto Meluk: de Paola, de las tres niñas del pueblo que nos acompañaban todo el tiempo, de las señoras que nos prepararon el almuerzo, de los muchachos que nos llevaron agua a los baños, del líder de la emisora del pueblo. Sentí la tranquilidad de que todos los voluntarios volvieron a salvo a sus casas junto a sus familias. Aprendí a apreciar cada “facilidad” que tengo en Bogotá: el agua, la luz, el teléfono, el internet, los hospitales, las vías, la casa, los zapatos, la cama, los juguetes. Me di cuenta de que ninguna de estas cosas es más que simples cosas. Entendí a diferenciar con más claridad un líder positivo de uno negativo en una comunidad. Me quedé con un recuerdo inolvidable.
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Somos una incubadora de fundaciones y ESALES 100% Sin Ánimo de Lucro, que desde el 2015, se encarga de apoyar a los líderes de LATAM para que logren crear y fortalecer sus propias organizaciones sociales, gracias al compromiso de responsabilidad social de sus voluntarios, los miembros del Club de Filántropos y sus aliados empresariales.