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Voluntariado
Karen Manrique
. ¿El viaje a Chocó? No, no fue planeado, la verdad fue más bien un instinto, un pensamiento paralelo que se venía cocinando dentro de mí. Soy un ser humano de simbolismos, para mi desgracia o fortuna, con una onza más de lo que sugiere la receta. Por eso, las fechas especiales y las relaciones son muy importantes para mí… y este año, el plato donde las cocinaba cayó al piso y se quebró. Y mientras aún se escuchaba el sonido del plato quebrándose, tomé el teléfono y cancelé los pasajes para pasar Navidad junto a mi familia, como es costumbre desde que tengo uso de razón. Decidí, por primera vez en la vida, pasar Navidad sin ellos. Así que, frente a los recientes hechos, me encontraba francamente en una gran crisis. Cada quien mide sus crisis con un metro diferente. No aspiro a que usted entienda cuán doloroso era vivir esto para mí, pero sí espero que, desde su empatía, comprenda al menos un poco mi dolor. Entonces, estaba yo llena de ganas de huir, de buscar un significado nuevo para algo que en mí estaba perdiendo todo sentido. Decidí darle la vuelta a la torta de la Navidad y, como diría Steve Jobs, “los puntos se conectaron”. De repente, allí estaba yo, hablando con Deison, el líder de una fundación en Medio Baudó, Chocó, la fundación más alejada y necesitada de ayuda que conocía hasta la fecha. En medio de mi dolor, pensé en darle todo: mi tiempo, mi esfuerzo, cualquier objeto que para mí iba perdiendo sentido y que, en cambio, para él significaba mucho. Quise darle tanto como pudiera, hasta darme a mí misma e ir a pasar Navidad a ese lugar del que tanto me hablaba. Admito también que estaba huyendo, deseosa de encontrar eso que ya no hallaba aquí. Así que envié un mensaje a mi familia por WhatsApp y a mis amigos por Facebook diciendo que este año no me dieran regalos de cumpleaños ni de Navidad, que, en cambio, usaran ese presupuesto para donar regalos a las personas de Chocó, para la fundación de Deison.
.¡Elvira y Juan Pablo fueron los primeros en ofrecerse a ayudar! Llegó el día de mi cumpleaños y me sorprendí a mí misma actuando como una niña pequeña, emocionada al ver juguetes. En lugar de encontrar una blusa de marca, había muñecas, balones, carritos… A Elvira y a Juan Pablo se unieron Alex, Johana, Laura, Michela, María Juliana, John Jairo y Yesica. Ellos tomaron esta idea y la hicieron también suya. Y lo que empezó con una persona, se convirtió en diez. Diez líderes que movieron todo lo que estuvo a su alcance: amigos, familia y conocidos, con tal de aumentar el número de donaciones para enviar a Chocó. Poco a poco, el viaje que era mío se transformó en un viaje que era nuestro. Llegó el momento de llamar al Ejército, que nos ayudó a transportar todo lo que recogimos. También era hora de contactar a la Fuerza Aérea, que se ofreció a llevarnos a los voluntarios, porque más que objetos, queríamos dar nuestras manos. Cada uno se embarcó en el viaje por razones distintas. Mi razón nació del dolor, un dolor que buscaba alivio en el único analgésico que conozco: el servicio. Las razones de los demás no las sé a ciencia cierta, pero sé que el servicio era el punto en común. En cuanto a las donaciones, quiero decirles que pedir nunca es fácil, ni siquiera para mí, que llevo tanto tiempo en esto. De hecho, para mí es especialmente difícil "pedir". Algunos creen que no me da miedo, pero es una idea equivocada. Escribir mis sentimientos aquí, por ejemplo, me da mucho miedo. Hablar en público también me da miedo. Ir a Chocó me causó miedo. Pero tal vez lo que me hace diferente a los demás es que lo hago a pesar del miedo. Hay una frase célebre que dice que es más valiente quien actúa a pesar del miedo que aquel que lo hace sin miedo. A mí me suena a frase de cajón, porque si pudiera elegir, escogería no sentir miedo. Pero no puedo. Por eso miro con envidia a los que no lo sienten, porque no es agradable vivir con él. Solo que he aprendido a convivir con mi miedo. No porque crea que todo va a salir bien; claro que creo que puede salir mal. A mí me han salido mal muchas cosas. Ya no soy tan idealista como en mis primeros voluntariados, porque ya he vivido en carne propia lo que es que todo salga al revés. Hasta el riesgo más pequeño es doloroso: la crítica o la burla. Y el riesgo verdaderamente grande, como la posibilidad de que alguien se lastime o muera en un voluntariado en zona roja, es aterrador..
.Si me pidieran un consejo, yo le diría que, a pesar del miedo, necesita arriesgarse. Eso sí, no me lo pregunte en mi cumbre de pánico ni un día después, porque mis palabras le dirán lo contrario. Pregúntele a mis actos y a mi historia, que en repetidas oportunidades se han metido en más aventuras de las que la mayoría de la gente ha vivido. Hacer algo como lo que hicimos esta Navidad en Chocó no es tarea fácil. Hay mucha logística, una y mil conversaciones con el Ejército, una y mil conversaciones con la Fuerza Aérea. Hasta la logística de "cómo convertir tu propio apartamento en un centro de acopio" se vuelve todo un arte. Toda mi sala-comedor tuve que meterla en la habitación para dar espacio a las 150 cajas de donaciones, y luego vino la clasificación por categorías: niños, niñas, dama, caballero, electrodomésticos, juguetes, zapatos… Fue un trabajo de meses, satisfactorio, pero agotador y estresante. Suele hacerme gracia pensar que, con toda la logística que uno aprende en los voluntariados, fácilmente se podría trabajar en un almacén como Alkosto o Homecenter. Mi segundo consejo es: no espere a saber para hacer. Si usted espera a saber cómo organizar un viaje similar a la Guajira o a África, jamás lo va a hacer. Láncese, confíe en usted, en que tendrá los recursos suficientes para resolver cada problema. No porque ya tenga las respuestas, sino porque tiene la capacidad de encontrarlas. Aunque en mi caso… no las conseguí. Bueno, resolví muchos temas logísticos que fueron, en mi experiencia, extremadamente demandantes, y lo logré. Pero la responsabilidad pesó sobre mis hombros como un yunque. Aunque supongo que también lo cargué por voluntad propia, tal vez por un instinto medio tóxico en el que se entremezcla mi niña interior, esa que solo sobrelleva su abandono siendo la mamá sobreprotectora que cuida a quien no la cuida a ella. El viaje a Chocó, algunos lo describirían como "maravilloso, llevando alegría y sacando sonrisas". La verdad del viaje a Chocó es que, para mí, fue un viaje que partió un corazón que ya estaba roto. Los niños sonreían con los regalos, es verdad, pero poco. La gente con las donaciones sonreía, es verdad, pero también poco. Entregar regalos no se siente bien, ni siquiera medianamente bien. En realidad, es un acto triste. Triste porque allá deseas tener más para dar y descubres que lo que ellos necesitan no son los objetos..
Necesitan del gobierno, necesitan seguridad, necesitan vías, educación, mejores casas, agua potable de fácil acceso, comida, ser vistos por nosotros que en el trajín del día los olvidamos de que existen en una realidad que más que otro departamento del país, parece un universo paralelo. Tantas bolsas de juguetes que empacamos todos en Bogotá con tanto amor, allá se veían ante mis ojos como puro plástico. Por ejemplo, descubrí que las muñecas eran todas rubias, supongo que siempre lo han sido, pero ese día lo noté por primera vez. Agradezco a todos los que donaron muñecas, yo también compré muñecas, no es falta de agradecimiento a los donantes, es más bien la transmisión de un aprendizaje que todos necesitamos saber. Descubrí que había pistolas de juguete entre las bolsas de regalos, y justo un niño a quien le calculo unos 12 años de edad que estaba bebiendo alcohol (lo cual fue totalmente impresionante), descalzo, con una cadena de oro en su cuello, y viviendo en una casa sin paredes fue quien tuvo la mala suerte de recibir ese regalo. Me juzgue a mí misma una y mil veces el no haber visto la pistola antes, el no sacarla antes de la bolsa, el no haber caído en cuenta de nunca llevarla. Los juguetes de armas en general no son buenos, pero créanme que es totalmente distinto verlo en manos de un niño de clase económica alta de la capital, a verlo en manos de un niño muy humilde en la zona roja de un país en guerra. La imagen de ese niño la tengo grabada en mi memoria, y seguro será así para siempre. Me pregunto ¿Que será del futuro de él? Hacer rifas de los “mejores” regalos, tampoco se siente bien, yo fui la encargada de una rifa en un grupo de niñas, y ver los ojos de las niñas que no ganaron fue algo que me partió el corazón. ¿Acaso quien soy yo para darle algo a una y negarlo a otras? Después de esa rifa me alejé, y dejé que los demás voluntarios se encargaran de las rifas, los regalos, y muchas de las actividades, fue muy difícil para mí participar. Yo me dediqué básicamente a mirar a mi alrededor un poco en shock, mientras los voluntarios se encargaron de hacer casi todo el trabajo de entregas de donaciones. Inconscientemente me dediqué a refugiar mi profunda sensación de dolor, en aquello que siempre me funciona: cuidar a los que cuidan. Continué responsabilizándome de dirigir todo, asumiendo un rol de madre de aquellos que no eran mis hijos, un rol que ni ahora ni nunca me ha correspondido, pendiente de la seguridad del grupo voluntarios que yo invite, en una zona geográfica del país donde no hay señal telefónica, donde los voluntarios estaban a más de 700 kilómetros de distancia de sus casas y 200 kilómetros y 5 horas del hospital más cercano, en un departamento donde las noticias dicen que han asesinado líderes sociales, para después jugar básquetbol con sus cabezas, donde hay altos índices de violencia y grupos al margen de la ley, enfermedades tropicales, un medio ambiente hostil, donde navegábamos en lanchas de madera frágiles en el río Baudó que es profundo y de corrientes rápidas, sin chalecos, donde hay animales venenosos, entre otras cosas que siguen siendo una realidad cuando haces un voluntariado. Ya estamos de nuevo en Bogotá hace dos días y yo todavía estoy hundida en la emoción de tristeza. Estoy triste por muchas cosas, pero una de esas es porque no estoy segura de que tanto serví, ni de que tanto “di”
¿Yo? Dar queda en duda… Pero recibir, sí, y mucho. Recibí una experiencia extraordinaria que transformó mi vida. Recibí la satisfacción de haber podido aportar para que los demás voluntarios vivieran esta experiencia, para algunos de ellos nueva, y que se enamoraran del voluntariado como me enamoré yo la primera vez. Recibí una Navidad cantando villancicos de la manera más profunda en que los he cantado y oído en mi vida. Recibí la medianoche del 24 durmiendo junto al hombre que amo en una casita de madera en la mitad de la selva. Recibí una que otra mirada de felicidad de los niños y los adultos cuando tenían en sus manos algo que en realidad les gustaba. Recibí la oportunidad de escuchar las carcajadas de los niños en las actividades recreativas que lideró Alex. Recibí aumentar aún más mi amor por Alex y por los demás voluntarios al verlos sirviendo con tanta dedicación. Recibí amabilidad de muchas personas en Puerto Meluk: de Paola, de las tres niñas del pueblo que nos acompañaban todo el tiempo, de las señoras que nos prepararon el almuerzo, de los muchachos que nos llevaron agua a los baños, del líder de la emisora del pueblo… Recibí la tranquilidad de que todos los voluntarios volvieron a salvo a sus casas junto a sus familias. Recibí el apreciar cada “facilidad” que tengo en Bogotá, como el agua, la luz, el teléfono, el internet, los hospitales, las vías, la casa, los zapatos, la cama, los juguetes… Recibí también darme cuenta de que ninguna de estas cosas es más que simples cosas. Recibí el aprender a diferenciar con tanta claridad un líder positivo y un líder negativo en una comunidad. Recibí un recuerdo inolvidable. Así que mi teoría de ir a dar en cambio de recibir no funcionó, porque recibí mucho y siento que di muy poco. Mi teoría de huir tampoco funcionó, porque allí mis recuerdos me acompañaron todo el tiempo. Mi teoría de ayudar a las comunidades vulnerables menos funcionó: ellos no son vulnerables, son valientes, están llenos de recursos para sortear situaciones que nosotros ni siquiera sabríamos afrontar. Mi teoría de desconexión con mi mundo interior tampoco funcionó, porque allá tuve que enfrentar aún más de cerca mis fantasmas internos de niña y madre sobreprotectora. Mis teorías, en general, todas cambiaron. Y bueno, de eso se trata, de que la mente rompa esquemas y le dé un giro a la vida. Y así acaba esta historia, básicamente contándosela a ustedes. Aunque algunos pocos critican que la contemos o pongamos fotos del viaje porque dicen: “La caridad debe ser anónima, o de lo contrario es vanidad”. Yo les digo que esto, más allá de vanidad, es simplemente una historia de vida, nuestra vida, llena de experiencias buenas y malas. No está maquillada con flores ni somos superhéroes. Al contrario, tiene piedras, piedras que nos hacen humanos. Y todos los que llegamos del viaje hemos contado la historia porque sentimos que es nuestra obligación contarle al mundo lo que se siente vivir un voluntariado, y porque, como yo, sentimos que escribir y hablar es sanador para el corazón.”
Somos una incubadora de fundaciones y ESALES 100% Sin Ánimo de Lucro, que desde el 2015, se encarga de apoyar a los líderes de LATAM para que logren crear y fortalecer sus propias organizaciones sociales, gracias al compromiso de responsabilidad social de sus voluntarios, los miembros del Club de Filántropos y sus aliados empresariales.