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TIEMPO DE LECTURA

8 min

CATEGORIA

Blog

TEMA

Voluntariado

AUTOR

Karen Manrique

PERFIL DEL AUTOR

UN PERFECTO CAOS

Una idea que nació charlando

La idea de ir a cenar con los niños de una Fundación nace charlando. “Charlar” es esa expresión que usaba mi abuelito Arcesio para definir ese momento mágico e infinitamente poderoso, donde compartes una colección de palabras, ideas, emociones, lágrimas y risas. Al final, sin planearlo, te das cuenta que diste el permiso implícito para que otro ser humano conozca tus grises y tus colores, y recibes como recompensa conocer los suyos.


Así que la idea fue el resultado de una fascinante charla con un fascinante hombre. Un hombre al que le mostré mis grises y me mostró sus colores, un hombre que cuando hablaba de servicio su tono de voz cambiaba. Sus ojos lucían aún más amarillos y tuve esa extraña sensación de que su frecuencia cardiaca cogió pista y aceleró. Fue su pasión por el servicio lo que me impulsó esta vez a hacer este voluntariado.


La noche que me cambió

El plan era simple: contactar alguna fundación que tuviera chiquitines internos e ir a prepararles algo de comer y compartir con ellos. En resumen, cenar y charlar, pero de una forma especial, en un lugar especial, con un significado profundamente especial.


¿Qué mejor lugar para charlar de servicio que sirviendo?


Todo estaba planeado con emoción. Haríamos perros calientes, algo fácil, práctico y rico. Además, requería trabajo en equipo, lo cual considero delicioso. Pero faltaba algo. La pregunta clave era: ¿qué podíamos hacer para que los niños fueran realmente felices con nuestra visita?


Inmediatamente pensé en Alex. Él es maravilloso con los niños, tiene una habilidad innata para relacionarse con ellos. Amé verlo en su rol de tío jugando con su sobrino. Cuando pasamos navidad en Chocó, lideró las actividades recreativas y logró hacer reír a chiquitos con quienes era difícil hablar. Así que lo llamé para pedir consejo. Me explicó un par de actividades, pero honestamente me sentí incapaz de hacerlas. Colgué frustrada.


El aprendizaje inesperado

La pregunta me asechaba: ¿qué podemos hacer para hacer realmente felices a los niños durante nuestra visita? Concluí que era falta de experiencia: no tuve hermanos, no hay niños en mi familia. Mi yo adulta no sabía, pero tal vez mi yo niña sí. Me pregunté: ¿qué me hacía feliz de niña? ¡Los perritos! Así que estaba decidido: llevaría a Domino, el perrito más dulce de mi familia. Complicaba la logística, pero valía la pena.


Pero Dios es creativo para transmitir lecciones y, a último momento, este hombre no pudo asistir. De repente me encontraba sola, en un Uber, rumbo a la Fundación, llena de bolsas con mercado y un perrito. Fue ahí cuando inicié una de mis clásicas conversaciones internas: ¿Y ahora? Calma, son niños, es fácil. Pero ¿por qué estoy asustada? ¿Y si no les caigo bien? ¿Y si se duermen?


Me enredé en pensamientos: ¿seré buena mamá? ¿Por qué nunca lideré actividades con niños? ¿Era miedo? Después de una década de voluntariados lo estaba descubriendo en un Uber.


Un caos perfecto

El viaje se hizo largo, casi hora y media de tráfico y 33 años de vida. Pero llegué. Entré a la Fundación temblando de miedo. Nos esperaban 7 niñas y un niño, promedio de 5 años. Todo lo difícil quedó en la puerta.


Tan pronto Domino y yo cruzamos, las niñas brincaron de felicidad y mi corazón también. Domino fue la sensación y, creo, con pena, que yo también. Todos querían abrazar a Domino, consentirlo, tocarlo y a mí también. Me sentí orgullosa de haber tenido la idea de llevar al perrito.


Las niñas me presentaron su hogar, felices. Querían que las abrazara, que las alzara, reían a carcajadas. Jugaban conmigo, jugaban con Domino, le daban besos y caricias. ¡Literalmente uno de los mejores momentos de mi vida!


Preparamos los perros calientes, servimos papitas y juguitos. Los juguitos se regaron, una salchicha voló, las niñas se ensuciaron, la salsa de tomate estaba en todas partes. Las niñas se reían, Domino jugaba y yo también. Era un caos, un perfecto caos.


Recordé el libro “La Cabaña” de Paul Young: un jardín de flores silvestres sembradas en desorden. Las niñas de esta Fundación fueron el desorden más bello que haya visto.


La invitación a transformar vidas

Vi el nombre en la pared: “FUNDACIÓN DANDO CON EL CORAZÓN” y pensé: qué nombre tan bien puesto. Fue la mejor vivencia de mi vida trabajando con Fundaciones.


El después se construye con admiración e invitación. Admiración por Mamá Jenny, Mamá Gloria y Mamá Sofi, mujeres que dan hogar a hijos de habitantes de calle. Esto es un hogar, se siente como un hogar, cada detalle refleja amor.


Qué afortunadas las niñas, qué afortunado Domino, qué afortunada yo de recibir tanto amor. Hasta ganas de ser mamá me dieron.


Y esa es la invitación. Acércate, ayuda, juega, lava platos, lleva mercado, prepara algo rico, lee un cuento, dona útiles. Abstente de una hamburguesa y dona esos $30.000. Si puedes más, ayuda más. Escoja una forma de ayudar.


No solo vayas, cuéntale al mundo que fuiste. El ejemplo es contagioso. En 24 horas, tres personas ya me dijeron que quieren ir. Imagínate si esto se multiplica.


La Fundación se llama DANDO CON EL CORAZÓN. Búscala en Facebook, contacta a Jenny (+57 310 2535791). O busca en el Directorio de Fundaciones de Activistas, hay más de 100 fundaciones esperando por ti: http://activistasconstructivos.org/fundaciones/


Aquí acaba la historia. Ahora la pregunta es: ¿qué vas a hacer? ¿Aceptas la invitación?

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